Geronimo "MOMO" Venegas

domingo, 19 de mayo de 2013

La "lucha" asimétrica por el poder

Cuando arreciaba la lucha por el poder en la Europa del siglo XVI y la guerra entre Francia y España parecía inminente, el rey de España Carlos V procuró aliviar la tensión con el rey Francisco I de Francia mediante la siguiente ironía: "Pero si mi primo Francisco y yo pensamos lo mismo: ¡los dos queremos Milán!" Si Francisco y Carlos pensaban lo mismo, ¿por qué se iban a pelear? Precisamente porque pensaban lo mismo, entendiéndose aquí que "pensar" equivalía a "desear". Cuando dos partidos o dos poderosos personajes desean exactamente lo mismo y con igual empeño, ¿qué otra salida les queda sino luchar por aquello que desean? De alguna manera, se han puesto de acuerdo: a resultas de su "acuerdo" sólo uno de ellos prevalecerá, porque el poder no se comparte.
Este ejemplo histórico presume cierta "simetría" entre los bandos en pugna: son dos fuerzas equivalentes, cuyas intenciones son exactamente iguales. ¿Cómo analizar, empero, aquellas situaciones asimétricas en las cuales, si bien hay lucha, ella no se da de una manera tan "prolija" como la que venimos de rescatar de los anales de la historia? La lucha por el poder que hoy se desarrolla en la Argentina, ¿de qué clase es? ¿Simétrica o asimétrica?
Analicemos los bandos en pugna. Del lado del Gobierno, hay por lo pronto una "unidad de mando", en manos de Cristina. Esto pudo ser distinto si Néstor no hubiera muerto, ya que hasta su muerte prevaleció otra fórmula de poder que fue la llamada "alternancia conyugal" entre Néstor y Cristina, hasta que el destino le puso fin en octubre de 2010. Se podría suponer, aún, que a la muerte de Néstor la idea de una Argentina "republicana" recobraría fuerza en lugar de la Argentina "monárquica", dinástica, que encarnaban el presidente y su mujer. Mientras Néstor vivió, nuestro sistema de poder era en realidad una diarquía conyugal , destinada a renovarse cada cuatro años. Pero esta otra idea de un país que volvería a ser republicano a la muerte de Néstor no ha hecho otra cosa que debilitarse, mientras que el poder de Cristina sobre su partido y sobre el Estado ha crecido de manera incesante. Hoy domina el Congreso de una manera absoluta, es Presidenta hasta 2015 y no ha dado ningún signo de que su inclinación por el poder vaya a amainar. Lo que tenemos en la Argentina de hoy, al contrario de una república , es su opuesto, el Unicato , con el poder totalmente concentrado en la Presidenta. Un Unicato cuyo avance ya se cierne, incluso, sobre el Poder Judicial.
La Argentina ha pasado, bajo los Kirchner, por dos sistemas políticos: la "diarquía conyugal", hasta la muerte de Néstor en 2010, y el Unicato de Cristina, que reina todavía, hasta nuestros días. Ninguno de estos dos sistemas, por supuesto, es republicano. La pregunta que urge ahora en dirección de nuestro futuro político es la siguiente: ¿qué posibilidades le quedan, aún, a la república?
En tren de ser optimistas, no podría descartarse la posibilidad de que fuera la propia Cristina quien nos recondujera hacia la República. Esta sería la alternativa natural en una república, y si estuviéramos en cualquiera de nuestras naciones vecinas, ya fuera Brasil, Uruguay, Chile, Colombia, Perú o incluso Paraguay, ya estaría ocurriendo. Lo que llama la atención en nuestro caso es que si intención de la Presidenta fuera en verdad republicana, ya se habrían anticipado claramente las iniciativas "precompetitivas" con vistas a las elecciones presidenciales de 2015, que según la Constitución, ya no deberán tenerla por protagonista. Todo lo que escuchamos al respecto, sin embargo, del lado del Gobierno, es el ensordecedor ruido de un gran silencio. Si, por un momento, nos mantenemos aún bajo el manto del "optimismo republicano", ¿cuánto tendríamos que aguardar para que Cristina diera señales de vida en dirección de una Argentina que ya no la contaría más como presidenta?
Cabe entonces una segunda pregunta. En el caso de que Cristina contemplara seriamente la posibilidad de salirse del ruedo presidencial en 2015, que sería la salida más lógica para la alternativa republicana, ¿cuánto debería esperar para definirse por algún otro candidato? También a ella, en este caso, el tiempo se le va acortando. ¿O ya tiene, a lo mejor, un candidato in pectorepara sucederla, comenzando por su eminencia gris , el secretario de la Presidencia Carlos Zannini, y siguiendo por un par de nombres más que recién se asoman? Lo que sí parece seguro es que la designación de su presunto delfín quedaría, de ocurrir, en manos de la propia Cristina. Estas conjeturas, ¿son algo más que una expresión de deseos? Si la Presidenta optara finalmente por este camino nítidamente republicano se aliviaría nuestra tensión institucional, porque las opciones políticas resultantes ya no pondrían en peligro a la República, como todavía ocurre ahora.
A esta altura del comentario ya resulta más que evidente que la próxima elección presidencial no será una elección normal ni simétrica porque quedarán por resolver algunas cuestiones previas de gran significación, la primera de ellas si la Presidenta se resignará de buen grado a dejar el poder de aquí a dos años. En el caso de que no se resignara, ¿cuáles serían las alternativas que le quedarían de obtener el consenso de los argentinos hacia una eventual reforma constitucional, para la cual dos de cada tres ciudadanos ya le han dicho reiteradamente que no?
Es evidente que las cuestiones que tiene Cristina por delante son arduas y difíciles de resolver. Todo hubiera sido más fácil si ya no se empeñara, como todavía lo hace, en conducir al país hasta las mismas puertas de la transición en 2015. Quizá todo habría sido más fácil para la Presidenta, y también para los argentinos, si ella no se hubiera aferrado al poder como lo ha hecho, jugando a todo o nada, cuando el verdadero método republicano es aspirar a "algo" de poder por un tiempo limitado, compartiéndolo con los demás actores del juego político hasta lograr coincidencias duraderas a lo largo del tiempo. Quizá la obsesión por el poder que ha caracterizado al kirchnerismo, a la que se han sumado en los últimos tiempos las evidencias de una obsesión patológica por el dinero, le haya hecho perder de vista una virtud esencial de la vida política: la virtud de la moderación , la percepción del l í mite al que deberíamos sujetar nuestras pretensiones, a menos que, dejándonos llevar por una suerte de entusiasmo pueril, revistiéramos nuestras acciones de un fervor épico mal entendido.
Nos hemos extendido en las opciones que conserva Cristina a esta altura de los acontecimientos, pero cabría agregar que lo que le sobra al Gobierno en materia de ambición, le falta a los opositores en materia de buen sentido y de cohesión, ya que los excesos del oficialismo han sido posibles, al menos en parte, por la escasa resistencia que le ha ofrecido el segmento republicano, el segmento más sano de nuestra vida política y que sin embargo ha convertido a la Argentina, de este modo, en un caso alarmante de flaqueza republicana. Del lado del cristinismo, viene sobrando una ambición de poder que, si no la modera, nos volverá difícil el equilibrio republicano. Del lado de la oposición al cristinismo, viene faltando una cohesión recíproca como la que demuestra hoy, por ejemplo, la Venezuela de Capriles. Ni tanto ni tan poco. La república democrática es el arte de un equilibrio entre la ambición y la libertad que los argentinos, todavía, necesitamos desarrollar.

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